martes, 12 de febrero de 2008

Texto de Presentación de Silviana Riqueros

Valeria Zurano, llega a Chile con su Literatura cargada de poesía, una prosa que fluye como el viento en los pastizales, llena de imágenes y sugerencias poéticas que llevan al lector a un sueño dentro de otro sueño siguiendo un mundo de sensaciones y pasos entre estos sueños que llevan a lo poético como sustento del texto a lo largo de su lectura. Es así que el viaje transcurre en la Mesopotamia Argentina, uniendo pueblos y provincias, nombrando lugares específicos que pueden ser cualquier lugar dando así referencia a un espacio en el cual transcurre el viaje, inhóspito, sin agua y sin luz en dos días que pueden ser infinitos, compartiendo el dolor, la miseria del hablante y de los otros que también pueden ser solamente uno o todos los seres que penetran en el narrador quien toma una postura universal, entonces, puede ser el mismo Dios. Un hombre es todos los hombres, un sueño propio del hablante lírico que entra en otro sueño y así pasa de un tiempo a otro. ( Me recuerda a Borges).
Los niños que son la esperanza de cualquier mundo, dibujan las imágenes de la miseria; esa precariedad injusta que toca la sequedad de sus bocas en el afán de aquel destino lleno de rabia y mugre pegada a la piel, en los brazos cansados, en las miradas.
El tren es la vida misma que comienza y llega a su fin encontrándonos en este viaje interno- externo de la poeta llevándonos a lo ineludible: estamos solos frente a un final inminente, el mismo para todos.
La sequía representa a la sequedad del espíritu del mundo que rodea a esta vida-tren que representa un universo que se agota, siempre desde el fondo, esperando que algo suceda, la lluvia o la ilusión de regocijarse entre el agua, limpiarse, renacer a partir del recuerdo nostálgico de nuestros antepasados. La narradora le habla a otro, a otra, a Dios, a la despedida que siempre ha de llegar en soledad.
En el tren no hay agua, desesperación; dos manzanas de las cuales los niños pueden humedecer sus secos labios ante la imposibilidad de las madres por darles lo que requieren, lo mínimo para la vida, el agua, o el jugo de una fruta para soportar lo que vendrá. Mujeres, niños, hombres en la angustia que provoca desolación, el recorrer del tren cargado de sed, sonrisas a medias, gritos desde un fondo desconocido, mugre.
El partir, quizá huir como solución. Pero ¿A dónde ir? , a las piedras y a la tierra reseca, baldía que traga a los pasajeros que se adentran en ella, que pasan o suben o bajan, o los rezagados que suben al tren en marcha, colgando. Cito: “la entusiasta procesión del partir” o “nadie duerme en la intersección de los vagones, nadie”. Nadie puede estar apretado por la muerte o la vida al mismo tiempo, es lo uno o lo otro no hay otra opción.
El abandono está presente, el hablante está abandonado en este tren, aquí están todos los abandonados del mundo, niños de hambre, papilas secas. La fragilidad del cuerpo frente a la muerte-vida, el tren que no llega nunca, la fragilidad de los niños, de la tierra sin agua, de un dolor que no cesa; la naturaleza del ser humano que “conspira y se venga” entre bultos, ventanas, botellas, pueblos.
Lo argentino, su identidad , está presente ya sea en el matecito, el picolé, la pava, siempre desde la nostalgia envuelta por la sequedad dentro y fuera que se padece, se desmorona la ilusión en una atmósfera amenazante y desolada.
Valeria nos hace sentir ternura, asco, piedad que toca a la repulsión con esas moscas que se posan sobre los niños en un tiempo detenido pero en movimiento, la paradoja de la vida, el tren que pasa y somos los mismos. Lo circular, el viaje de ida y vuelta o sin retorno como desde la vida hasta la muerte, o la estación que puede ser otra, un recuerdo dentro de un sueño en un tiempo siempre implacable.
La naturaleza como esperanza y belleza, regocijo en los pastizales o la lluvia que no llega me remite a Whitman con esa tierra y cielo que nos rodean con su hermosura, la promesa de la salvación, porque la familia o alguien que nos espera, o aquella con los ojos vacíos, abandonada en un andén.
Todo apunta hacia un final inminente que se une con el comienzo en las palabras tratadas de imagen en imagen, de bellas cadencias que son música , deleite para el lector que también va en el viaje de la miseria, de la que sueña con un pasado, con un cambio talvez dentro del sueño de otro, o el propio.
Tiempo y espacio se mezclan en el agrado que me provocó esta lectura del Gran Capitán destinados todos a un fin, a un destino que no da tregua, en un Sur, en un viaje del cual vamos o regresamos, solos.

Silviana Riqueros
Enero del 2008

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