martes, 10 de junio de 2008

Es medianoche...

Es medianoche y se organiza una tácita carrera por el agua.

Los insectos entran por las ventanillas. Hay ojos afuera, entre los plantíos. Hay voces que vienen desde la oscuridad del campo.

De un vagón a otro pasan los niños llevando sus gritos agudos, mientras baja la intensidad de las luces y las mariposas nocturnas desesperan, y las mujeres gritan, y los niños aplauden con esas manitos mugrosas, y las chicharras se chocan contra los ventiladores y caen sobre algún pasajero que duerme, aunque le pisen los pies y se lleven por delante el brazo que incurre el peligroso límite del pasillo.

Perdemos conciencia del tiempo.

Algunos duermen en las piletas de acero inoxidable.
Algunos dormitan sobre hombros ajenos y se les cae la cabeza y no se sabe qué hacer con la cabeza.

LA BITÁCORA POÉTICA DE VALERIA ZURANO

Muchos poetas de todos los tiempos y lugares compararon la vida con un viaje.
Un ir y venir por caminos que se unen, se cortan o se entrecruzan.
Un desplazamiento continuo cuyo destino no siempre es el esperado.
Y es que los viajes nos transforman y nos invitan a reflexionar hacia dónde vamos.
Nos permiten entender de un modo particular el mundo cuando se convierten en relato.
Precisamente a través del relato de viajes, nos embarcamos a una aventura guiada por la imaginación y la memoria.
Cuando
rememoramos y narramos un viaje no sólo representamos a sociedades o culturas distintas,
sino también nuestras propias vidas interiores, como un ejercicio de reflexión sobre nosotros mismos.
El libro El gran capitán (crónica de un viaje al litoral) de Valeria Zurano es un viaje cuya travesía en tren nos
permite ver la vida de los “otros” desde las ventanillas y donde la estación central es uno mismo.

El gran capitán
está escrito a manera de una crónica poética.
Tal vez la crónica es uno de los géneros que más se acomoda a estos tiempos, por su carácter híbrido,
su estructura versátil, su polifonía textual, ya sea en el uso de variadas técnicas, distintas voces o la misma
recurrencia a otros géneros como el ensayo, el reportaje, el cuento, la prosa poética, etc.
Si bien toda crónica lleva implícita la noción de tiempo, ya que relata acontecimientos en orden cronológico;
sin embargo, en la actualidad está considerada como “la instantánea que recoge lo efímero, lo mutable,
lo circunstancial para convertirlo en memoria colectiva” (Cecilia Cuesta).
El libro de la poeta argentina no sólo permite que la peripecia de los pasajeros del Gran Capitán
quede como un registro poético de la memoria colectiva, sino también contribuye a la construcción
de una identidad social e incluso personal. Puede ser que el tren El Gran Capitán no ande más sobre los
rieles de Buenos Aires a Posadas, pero aún sus ruedas siguen avanzando en la memoria de sus pasajeros.
En Valeria Zurano el tren se detuvo cuando terminó de escribir el libro, para nosotros comenzó a andar cuando
empezamos a leerlo.
El libro de alguna manera plantea una intertextualidad implícita que enriquece la tradición de la literatura latinoamericana
al hilvanar el rastro de escritores como García Márquez y su mítico tren
amarillo que llegaba a Macondo; Juan Rulfo
y su mágica Comala habitada por muertos;
Jorge Luís Borges y sus disquisiciones con el tiempo.
Precisamente el tren como símbolo de lo transitorio, la muerte y el tiempo, se constituyen como ejes temáticos
de este gran viaje. El tren es el elemento que conecta el espacio exterior con el interior.
Por las ventanillas se puede ver que afuera hay un mundo que padece hambre, miseria, injusticia,
pero adentro también cada pasajero está sumido en el sufrimiento, y más adentro aún hay una tristeza infinita,
una soledad que aumenta con la distancia.
El otro tema central del libro es la muerte.  Ese sentimiento invade al lector desde el inicio de la lectura del texto,
sin embargo hay una lucha interior que la combate. Fácilmente no nos entregamos a ella, porque a pesar de ella
seguimos existiendo. La poeta dice: “Estas pequeñas tumbas nuestras que nos designan lugares tan hermanados
con la muerte; nos han quitado las canciones y la lluvia, nos han arrancado los ritos para invocar las muertes,
y ahora, nos matan cada día./ Te hablo,
en el silencio de la noche; sobre los cuerpos fragmentados por la quietud.
Te
cuento ignorando si los ojos están abiertos o cerrados. / Es la invocación de los ausentes que como sueños
de presencias regresan para jugar en esos mundos de fantasmas, y entonces, un fulgor recorre el cuerpo en la
noche viajera”.
Finalmente, el tiempo cumple un rol importante en el texto. En realidad, la pérdida de la noción del tiempo es lo que
permite traspasar los límites de los vagones del tren, del panorama circundante, de la existencia misma.
En un poema Borges escribió: “Mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otro río, /saber que
nos perdemos como el río /y que los rostros pasan como el agua”. Curiosamente el viaje de Valeria era hacia
Iguazú, cataratas hechas de tiempo y agua. Si bien su travesía estaba rodeada de un ambiente de muerte,
su destino no era ése, sino las aguas refrescantes de la vida. Con cada libro renace la esperanza de que es posible
luchar contra la muerte.
                                                                                                           
Rosa Núñez

Escritora, Lic. en letras- Perú

“El gran capitán” de Valeria Zurano o la belleza de los caminos.

Reynaldo Lacámara, poeta, presidente Sech

Tal vez, como nos recuerda la sabiduría oriental, lo más hermoso e importante de cualquier viaje no está en el punto de partida o de llegada, sino en el camino. Es ese el espacio que nos recrea y nos permite en definitiva “viajarnos” en el transito breve o no tanto de geografías humanas y de las otras que asoman en el umbral de cada estación, aeropuerto, muelle o maravillosamente cada mañana al salir de casa en el viaje cotidiano y por lo mismo desatendido en sus matices de asombro y contradicciones.

Todo viaje, de ida o de regreso, no es sino – al decir de los griegos clásicos- un kairos (un tiempo de plenitud), de conocimiento personal y de los demás. Podríamos afirmar, sin pretensiones esotéricas de ningún tipo, que todo viaje es un proceso iniciatico en el cual nos introducimos con la ansiedad y el anhelo de todo aprendiz que no sabe bien todavía que le ofrecerá el camino.

Valeria Zurano nos en este libro nos ratifica la importancia del camino, que ya he mencionado. Lo hace a partir de certeras y logradas pinceladas poéticas en las cuales los paisajes, las carencias tan vitales como el agua o el sueño, los rostros y los miedos no son otra cosa que espejos – algo trizados- en los cuales el lector, o más bien el viajero, deberá atreverse a reconocer su propias migajas multiplicadas en el espacio rectangular que le devuelve su propia imagen.

El riesgo de aceptar esta invitación no es menor. Supone en cada uno la capacidad, ciertamente adormecida, de protagonizar a partir de una autoconciencia personal y social crítica-deliberante, un viaje personal e irrepetible marcado por la presencia liberadora de la palabra como elemento cualificador de la experiencia humana, pero también como espacio o herramienta privilegiada e insustituible en la construcción de nuevos paisajes donde el ser humano ocupe, por fin, la centralidad urgente de la historia.

El riesgo, en todo caso, si bien no es menor es cautivador y hace de este viaje travesía y no simple traslado.

Valeria con la profundidad de su mirada, capaz de transformar la imagen duramente objetiva en propuesta poética de tramos sobrios y consistentes, breves en algunos casos, nos conecta a través de ellos con el encanto de la palabra precisa, elegida en función de la imagen y no de la estéril y cacofónica esgrima verbal a la que a veces nos tiene dolorosamente acostumbrado cierto universo literario (poético y narrativo) en que el lenguaje pareciera ser un fin en sí mismo y no la excusa para crear y recrear mundos y universos habitables y estéticamente gratos en la dinámica del verbo y la imagen. La poeta en este caso ha sabido ponerse y ponernos a salvo de todo aquello.

Es este un libro para ser leído con la “tranquila inquietud” de quien desea hacer de su propio viaje un recorrido de mirada atenta y asombrada. Es un libro para aquellos que seguimos porfiadamente creyendo en el encanto de las partidas…y cada vez menos en las llegadas…o talvez sea sólo el camino la meta y la llegada ¿quién lo sabe con certeza?

“Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

ni la cólera del airado Posidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.”

Nos recuerda Kavafis al inicio de su poema “Itaca” y luego de llevarnos a viajar con él nos despide recordándonos:

“Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ellas, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”


El motivo del “viaje” ha sido y lo será por siempre parte del equipaje del imaginario literario de la humanidad. En él nos encontramos, nos reinventamos, no soñamos y nos sacudimos el polvo de falsa estabilidad. Esa que intenta hacernos olvidar que nacimos para los caminos, los trenes y los barcos.

Valeria y su “Gran capitán” pueden, nuevamente ayudar a levantarnos del sofá.