Los insectos entran por las ventanillas. Hay ojos afuera, entre los plantíos. Hay voces que vienen desde la oscuridad del campo.
De un vagón a otro pasan los niños llevando sus gritos agudos, mientras baja la intensidad de las luces y las mariposas nocturnas desesperan, y las mujeres gritan, y los niños aplauden con esas manitos mugrosas, y las chicharras se chocan contra los ventiladores y caen sobre algún pasajero que duerme, aunque le pisen los pies y se lleven por delante el brazo que incurre el peligroso límite del pasillo.
Perdemos conciencia del tiempo.
Algunos duermen en las piletas de acero inoxidable.
Algunos dormitan sobre hombros ajenos y se les cae la cabeza y no se sabe qué hacer con la cabeza.
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