Reynaldo Lacámara, poeta, presidente Sech Tal vez, como nos recuerda la sabiduría oriental, lo más hermoso e importante de cualquier viaje no está en el punto de partida o de llegada, sino en el camino. Es ese el espacio que nos recrea y nos permite en definitiva “viajarnos” en el transito breve o no tanto de geografías humanas y de las otras que asoman en el umbral de cada estación, aeropuerto, muelle o maravillosamente cada mañana al salir de casa en el viaje cotidiano y por lo mismo desatendido en sus matices de asombro y contradicciones.
Todo viaje, de ida o de regreso, no es sino – al decir de los griegos clásicos- un kairos (un tiempo de plenitud), de conocimiento personal y de los demás. Podríamos afirmar, sin pretensiones esotéricas de ningún tipo, que todo viaje es un proceso iniciatico en el cual nos introducimos con la ansiedad y el anhelo de todo aprendiz que no sabe bien todavía que le ofrecerá el camino.
Valeria Zurano nos en este libro nos ratifica la importancia del camino, que ya he mencionado. Lo hace a partir de certeras y logradas pinceladas poéticas en las cuales los paisajes, las carencias tan vitales como el agua o el sueño, los rostros y los miedos no son otra cosa que espejos – algo trizados- en los cuales el lector, o más bien el viajero, deberá atreverse a reconocer su propias migajas multiplicadas en el espacio rectangular que le devuelve su propia imagen.
El riesgo de aceptar esta invitación no es menor. Supone en cada uno la capacidad, ciertamente adormecida, de protagonizar a partir de una autoconciencia personal y social crítica-deliberante, un viaje personal e irrepetible marcado por la presencia liberadora de la palabra como elemento cualificador de la experiencia humana, pero también como espacio o herramienta privilegiada e insustituible en la construcción de nuevos paisajes donde el ser humano ocupe, por fin, la centralidad urgente de la historia.
El riesgo, en todo caso, si bien no es menor es cautivador y hace de este viaje travesía y no simple traslado.
Valeria con la profundidad de su mirada, capaz de transformar la imagen duramente objetiva en propuesta poética de tramos sobrios y consistentes, breves en algunos casos, nos conecta a través de ellos con el encanto de la palabra precisa, elegida en función de la imagen y no de la estéril y cacofónica esgrima verbal a la que a veces nos tiene dolorosamente acostumbrado cierto universo literario (poético y narrativo) en que el lenguaje pareciera ser un fin en sí mismo y no la excusa para crear y recrear mundos y universos habitables y estéticamente gratos en la dinámica del verbo y la imagen. La poeta en este caso ha sabido ponerse y ponernos a salvo de todo aquello.
Es este un libro para ser leído con la “tranquila inquietud” de quien desea hacer de su propio viaje un recorrido de mirada atenta y asombrada. Es un libro para aquellos que seguimos porfiadamente creyendo en el encanto de las partidas…y cada vez menos en las llegadas…o talvez sea sólo el camino la meta y la llegada ¿quién lo sabe con certeza?
“Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.”
Nos recuerda Kavafis al inicio de su poema “Itaca” y luego de llevarnos a viajar con él nos despide recordándonos:
“Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”
El motivo del “viaje” ha sido y lo será por siempre parte del equipaje del imaginario literario de la humanidad. En él nos encontramos, nos reinventamos, no soñamos y nos sacudimos el polvo de falsa estabilidad. Esa que intenta hacernos olvidar que nacimos para los caminos, los trenes y los barcos.
Valeria y su “Gran capitán” pueden, nuevamente ayudar a levantarnos del sofá.